En un artista como José Iges (Madrid, 1951) la performance puede girar en torno a sonidos del entorno acústico más o menos estilizados y compuestos. La ciudad resonante es un ejemplo extraordinario, en el que los sonidos de un espacio urbano como Madrid son mezclados (y hasta cierto punto, como considera el `propio autor “evaporados”) con los de muchas otras ciudades y transformados parcialmente or la interacción casi permanente de un improvisador en Live Electronic (en este caso, Pedro López), estableciendo un desarrollo, dice Iges, “casi antifonal, en el que cada uno de los intérpretes dispon3e una parte especializada de un monólogo a dos voces”. La ciudad es aquí la proveedora del material sonoro. El interés de la obra y su propósito no se hallan en la mera representatividad de unas determinadas frecuencias sonoras, porque, como afirma Iges, “se trata de una aproximación ética a eso que llamamos realidad, hecha desde un aquí y un ahora que despide una época, la ilustrada, y se abre a un hiperespacio (¿o ciberespacio?) que esperemos nos pueda permitir comprender qué son verdaderamente el espacio y el tiempo, esos conceptos sobre los que se apuntala nuestro conocimiento de los seres y las cosas de este mundo”. La intensidad expresiva que transmiten las sonorizadas de La ciudad resonante, no exenta, en las intervenciones vocales, de toques de humor e ironía (se piensa en el mundo de Italo Calvino), la hallamos igualmente en El Diario de Jonás.
Francisco Ramos