Madrid, 2001

La Ciudad (estreno) -Conciertos CDMC, Círculo Bellas Artes (Madrid)

ESTRUCTURA MORAL

¿Y qué pasaría si todo es como es porque no tenemos estructura moral? ¿Tendrían razón entonces los fanáticos religiosos, los meapilas de una u otra tendencia o secta, los fundamentalistas? ¿Es el dinero nuestra única religión? Me refiero no sólo a los que no tenemos estructura moral conocida, sino también a los que dicen tenerla. 

¿Acaso no fue todo siempre así? (oigo decir a mi alrededor, mientras escucho lejanamente gritos desgarradores, lamentos de agonía, cuchicheos y rítmicas pisadas de botas militares)

En todo momento lo importante es encontrarse del lado adecuado de la realidad. Hay verdaderos especialistas en la materia, aunque no creo que esa asignatura se imparta en ninguna universidad, ni privada ni pública. 

¿Cómo se forma un canalla? En una sociedad como la nuestra, ¿qué es más fácil de producir, un canalla o un santo? O, en otro orden de cosas, ¿un especulador o un investigador? ¿A quién de los dos necesitamos más? 

Y hablando de necesitar: ¿para qué necesitamos el arte, la música, la literatura? Y si decidimos que necesitamos esas cosas, ¿qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlas? ¿Qué están dispuestos a pagar por ellas en una sociedad en la cual su voto es su dinero?

¿Cuál es la función del arte en una sociedad sin estructura moral? ¿Debe ser el artista un canalla o un santo? ¿Un especulador o un investigador? Juegos permutatorios. Palabras, palabras, palabras…

 

 

MOBILIARIO URBANO
¿Es adecuado considerar las sirenas de ambulancia, bomberos o policía como parte del mobiliario urbano? Siendo como son servicios públicos a la par que urbanos, acaso sea correcta esa consideración.

Las estatuas en las plazas, por ejemplo, ¿son arte o mobiliario urbano? Cuando sirven para rellenar de solemnidad un vacío, parece que deberíamos inventariarlas entre los objetos artísticos propiedad la municipalidad. Pero cuando observamos que, a su rebufo, se esconde
un beso furtivo, se concierta una cita o se alivian de la vejiga transeúntes del género masculino, uno duda en considerarlas puro lujo estético. Sobre todo, el pedestal. Si la estatua es arte, ¿entonces el pedestal es mobiliario urbano o arte también, al devenir una cierta prolongación de las intenciones trascendentes del artista, como el marco lo es al cuadro, algo así como una entidad matérica favorecida por una cierta “artisticidad remanente”?

En cuanto a lo de aliviarse contra los objetos del mobiliario urbano, cabe señalar que la aberturas de algunos buzones de correos son ideales para ello, sobre todo ahora que la media de estatura de la población está subiendo significatívamente. La duda estaría entonces en
escoger el orificio destinado a “correo local” o a “provincias y extranjero”.

Los pedestales. Kant me mira eternamente desde su pedestal de bronce, brocíneo él mismo y la silla de época en la que su venerable figura descansa. “Obra de tal modo que la máxima de tu acción pueda ser considerada como norma universal”.
1.- ¿Habría orinado Kant a través de la trampilla de un buzón de correos?
2.- ¿No me alejará una acción tal de figurar en el Olimpo de los prohombres de bronce para toda la Eternidad?

Cada acción, una norma en piedra o bronce. Como deposiciones solemnes e indestructibles.

Escojo la levedad.

 

 

NADA QUE DECIR

Se me ocurre que no hay nada que decir. Los sonidos son sonidos, y hablo automáticamente. Hablo y hablo. Palabras que conozco, que parecen tener un sentido en ese orden en el cual las voy organizando, un orden que las hace comprensibles. Pero no digo nada. Tampoco oigo nada, por lo que no se me ocurre decir nada a propósito de los sonidos. Estoy en una cámara anecoica de pensamientos. No oigo ningún pensamiento, y hablo y hablo. Automáticamente, por si me llega entretanto una idea que pueda aprovechar, expandir. La inspiración viene trabajando. ¿Verdadero o falso? Empiezo a escuchar voces lejanas, casi incomprensibles. Algún grito. Cuando abro el grifo de la ducha, en los rebotes del agua contra el suelo y las mamparas de cristal el sonido se rompe. Entonces parece que los gritos y las voces se ahogan en ese fluir del agua, que las disuelve pero dejándose teñir de frecuencias y picos de intensidad casi inaprensibles. Es posible -lo pienso mientras me ducho- que se esté produciendo una reyerta en la calle, porque ahora me parece oir alguna voz airada -¿de hombre?- que se impone sobre los meros murmullos. Puede estarse produciendo un crimen, un asalto a mano armada, un accidente. El sonido del agua teñido de un rojo sangre. Pero no. No hay nada que oir. Ha sido un espejismo acústico, acaso explicable en términos de la geometría fractal. Cuando apago el grifo, todo esta como antes. Nada que oir. Nada que decir. 

 

 

 

TEXTO FINAL

Quería haber dicho otras muchas cosas, pero mejor que no, porque las palabras luego empiezan a golpearse contra los cerebros y se les acaba rompiendo el alma.

Así que me limitaré a contarles lo que les pasó a unos amigos míos que vinieron a dar un concierto a Madrid y se equivocaron de sala. O sea que ellos llegaron al lugar, montaron sus cosas, se pusieron a ensayar y, cuando terminaron, pues se marcharon a comer y a descansar hasta la hora del concierto. Cuando llegó la hora, lo dieron, aunque no apareció casi nadie. A ellos hasta ahí nada les extrañó, ya que se trataba de un concierto de música actual. Tampoco les pareció raro el hecho de que ni siquiera los organizadores del evento hiciesen acto de presencia. Cuando terminaron, los escasos asistentes les dispensaron un tibio y educado aplauso y el acto se dio por concluído. 

Claro, cuando llamaron a la organización para pasarles la factura es cuando se enteraron de su equivocación. También se enteraron, de paso, que lo de cobrar se les iba a poner un poco difícil. Pero más allá de esos molestos contratiempos, a alguno de ellos se le ocurrió pensar que, con su involuntaria acción, habían contribuído a alterar un poco más el ya de por sí precario orden del universo. Porque, a ver, uno podía preguntarse:

– Por el público: ¿habrá sido acaso espectador de un concierto sin intérpretes?

¿Se habrá ido a su vez a una sala equivocada?

– Por el concierto: ¿se llenó el hueco que ellos dejaron llevando intérpretes de otra sala? De ser así, ¿quiénes a su vez ocuparon el vacío dejado por esos segundos intérpretes? 

Y, por supuesto, como corolario de lo anterior, cabría también imaginar a toda la actividad concertística de la ciudad trastocada esa tarde extraordinaria, como aquejada de una súbita epidemia de dislocación musical. 

¿Estarán Vds. -o nosotros- esta tarde en el concierto equivocado?

¿Será este concierto, en sí mismo, equivocado?

Preguntas sin respuesta.

Aunque, tarde o temprano, los pájaros acaban por volar hacia las escopetas.