Bilbao, 2003

La Ciudad -concierto en Ciclo BBK Música s. XX (Guggenheim Bilbao)

En Febrero de 1998 se estrenaba "La Ciudad Resonante" en un ciclo de "acciones" organizado por el Ministerio de Fomento. La relación entre las artes de representación, la arquitectura y el urbanismo se situaba en el origen de aquellos eventos. Surgió así un trabajo del que, en 2001, procede en buena medida el que aquí nos ocupa. No se trata, bajo ninguno de sus dos títulos, de una colección de "paisajes sonoros" de una ciudad dada, sino más bien de una ciudad imposible, ya que no virtual, o quizá de la más posible de todas en tanto fusión de retazos acústicos de diversas urbes, desde México DF a París, desde Madrid a La Habana, sin olvidarnos de Colonia, Las Palmas, Benarés o Valencia, entre otras. Un proceso en el que se une a lo mezclado en estudio una electrónica en vivo que transforma y espacializa, que "evapora" por así decir no pocas de las "certezas" acústicas urbanas mostradas en el sonido previamente elaborado.

¿Por qué la ciudad? Acaso porque, como escribía en la fecha más arriba citada, uno estaría tentado de plantearse una composición sonora para representar una ciudad. Y, del mismo modo que ésta, al final de la Edad Media, fue "una miniaturización generalizada de la historia humana", según Jean Luc Evard en su "Memento urbi", cabría legítimamente caer en la -fácil- tentación de miniaturizar a su vez la ciudad en una obra sonora más o menos acabada: eligiendo, en este caso, "la ciudad" como concepto, con lo que de paso miniaturizamos también la cultura de la Modernidad, que al fin y a la postre ha venido siendo cultura urbana, al menos hasta la llegada de Internet.

Más allá de lo anterior estaba y sigue estando la percepción de la ciudad como mero decorado. Pero, como ella a su vez es una manifestación más de lo que la cultura representa como "lugar común" de una sociedad, la cultura se convertiría, en sí misma, en el más vasto decorado que pudiésemos imaginar. Y recordemos que eso que llamamos cultura nos provee de nuestra más amada simbología, de nuestros iconos, nuestro lenguaje, nuestras creencias y también de nuestros más íntimos deseos y temores.

"La Ciudad" se plantea pues, en cierta medida -como la obra de la que surge- como "decorado sonoro", aunque sin pretender seguir una topografía precisa, sino mostrando más bien, aquí y allá, algunos raigones o maleza salvaje. Retazos de lo falso en lo verdadero y viceversa. Oquedades en lo que parece cierto. Certezas en lo imaginado. Acaso el gran tema de nuestro fin de época -de ese fin de la Ilustración que es la post-modernidad- sea el de "lo verdadero y lo falso". En esta línea los fragmentos de ciudad escuchados parecen ocasionalmente secuencias tomadas estrictamente de la realidad cuando más compuestas están, cuanto más retocada está la mezcla y más orquestado el resultado en estudio: un realismo falso, en suma. Un “trompe l’oreille” tardobarroco.

En "La Ciudad" se añade el piano. ¿Qué mejor mueble sonante podría representar al mundo moderno que estamos enterrando? Máquina simbólica, el piano se incorpora con un discurso desmañado, que a veces prolonga o deforma la electrónica en vivo. ¿Donde está situado? Quizá su sonido nos llegue desde un balcón lejano, aunque no es imposible que esté en mitad de una plaza. Aún así, nos sigue atrayendo su belleza, en una época como ésta en la que tampoco está claro si hemos o no de perseguir la belleza como supremo valor estético. El piano es también un espacio en sí mismo, un campo de operaciones que convoca durante la obra –cabría mejor decir aquí la “representación”, por lo que de escénico tiene- a diversos personajes y acciones en torno a él.

La imagen video, de la que es autora la artista intermedia Concha Jerez, ha surgido con posterioridad al estreno en Madrid de la obra. Se añade para dibujar detalles, pequeñas cosas capturadas por una cámara curiosa, desconcertante, desenfadada y cosmopolita. Son meros fragmentos de mirada, guiños e instantáneas que refuerzan siempre por sorpresa la imagen sonora, sin pretender nunca "explicarla" ni sustituirla. Ni siquiera los propios intérpretes sabemos qué video aparecerá en un momento dado ni cuando lo hará. Y es que tanto a Concha Jerez como a mí nos ha interesado desdramatizar la presencia de la imagen visual y servirla con la mayor deslocalización posible, además por supuesto de abstraerla de un contexto asociativo diríamos “realista”, lo que en el fondo ha sido el mismo criterio seguido para el tratamiento de las muestras sonoras recogidas en ciudades concretas.

En un plano exclusivamente escénico, la obra plantea no pocas sorpresas, ya desde el comienzo: la pianista-performer (Ana Vega) comienza con una interpretación que es truncada por el sonido de un móvil; antes aún, todo comienza con señales acústicas que acogen la aparición por el patio de butacas de la performer (Jerez) que arrastra una maleta con ruedas, de la que irán saliendo diversos objetos (¿ciudades miniaturizadas? ¿desechos urbanos? ¿juguetes rotos?); el locutor (Iges) interviene aquí y allá sobre los sonidos o antes de ellos, aportando un plano discursivo complementario a los mismos –no exento de ironía-, pero también a la electrónica en vivo (Pedro López) que posee su propia gestualidad, conforme al instrumento empleado: cordal microfonizado y sensores especiales que disparan datos MIDI cuando el intérprete se mueve delante de ellos, casi como un mimo.

Respecto de una segunda versión realizada en Colonia en Abril de 2002, la que aquí se comenta conserva la estructura, así como buena parte de las mezclas que se disparan desde CD’s o desde ordenador, pero sufren una modificación parcial las intervenciones de los locutores y las del piano, incorporándose las nuevas acciones interpretadas por Concha Jerez y añadiéndose además un nuevo dispositivo técnico (Max-MSP y MOTU 828) para la espacialización cuadrafónica y la transformación en vivo del sonido.

José Iges, Septiembre de 2003

 

Videos de Concha Jerez.